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SOBRE MI DOCTORADO: Es muy difícil describir mejor lo que siento que viví durante los últimos años de mi tesis en la Universidad Carlos III de Madrid (véase Crónica de un doctorando español). A las consecuencias se ha unido la crisis económica.    Taller sobre Acoso Laboral (Mobbing)   .pdf .pdf .pdf .pdf .pdf


Crónica de un doctorando español


(Los parrafos recientemente escritos o modificados están escritos enteramente en letra marrón.)


Introducción

         Como he hecho siempre, he intentado ayudar a quienes me he ido encontrando en el camino, aunque a veces haya supuesto un ligero desvío o retraso. Me surge también ahora la oportunidad de hacerlo, tanto porque internet me lo permite como por mi experiencia: no creo que haya muchas personas a las que, habiendo trabajado tan duro durante tanto tiempo, les haya costado tanto obtener el título de doctor. Tengo motivos para pensar que no se trata de una falta de aptitud: mi carácter parece válido para trabajar con gente, como me han hecho ver en diversas ocasiones mis compañeros y alumnos, y, por otro lado, mis directores de tesis me han confirmado hace unos meses que sí tengo capacidad para dedicarme a la investigación. Como no me gustaría que quienes vienen detrás caigan en ciertos mismos errores o tengan que pasar por ciertas mismas cosas, escribo esta crónica de mi experiencia. Dice un proverbio chino Si el alumno no supera al maestro, ni es bueno el alumno, ni es bueno el maestro, y en mi opinión es agradable ver cómo una nueva generación suele superar a la anterior en aspectos positivos, con el mensaje implícito de que la vida sigue. La sociedad debe favorecer estos «adelantos» —nunca mejor dicho— y a la vez que proteger a todas las partes. Por otro lado, pese a la hasta ahora falta de resultados explícitos, sigo confiando en mí y en la mayoría de los métodos que como autodidacto he buscado y aplicado. De estas experiencias positivas es posible que hable también algún día, ahora debo centrar mis esfuerzos en conseguir un trabajo y una vida mínimamente dignos: no me gustaría pensar que sólo quienes ya tienen esto, sea de nacimiento o por azar, puedan investigar.
         De momento no voy a entrar en detalles, sino que describiré grosso modo estos —va para nueve— años de doctorado, haciendo algunas reflexiones personales. Es ésta, pues, una crónica «endulzada» (bastante), donde ni siquiera hablo de sentimientos o de «casualidades». Sí quiero dejar claro que cuando utilizo «describiré» debe entenderse que doy mi palabra —y, para quien lo necesite, mi promesa o juramento, hablado o escrito— de que lo que afirmo es cierto, no porque nunca miento y sólo hablo de lo que sé, sino porque prácticamente de todas mis afirmaciones tengo registros, pruebas o testigos. Por otro lado, cuando al escribir esté emitiendo juicios u opiniones personales y subjetivos, lo indicaré mediante expresiones como «en mi opinión», «creo que», etcétera. Hasta el momento en que terminen los trámites de los trabajos relacionados con mi doctorado y carrera investigadora, añadiré información y detalles según vaya teniendo tiempo, ahora haré hincapié en las condiciones del doctorado que a mi juicio prueban que ni ahora ni nunca me he dejado llevar por la impaciencia, la premura o el arribismo. (También es cierto que si fuese funcionario y cobrase tres mil euros al mes, sería todavía más paciente.) Nadie que me conozca podría hacer alguna acusación de este tipo. A un doctorando sería fácil acusarlo de cualquier cosa; en mi caso yo puedo demostrar que he informado —privada y públicamente— en numerosas ocasiones de mis intenciones y objetivos. A falta de apoyos y consejos, me guío por el sentido común y la razón, subordinados a una moral respetuosa con los demás pero defensora de mis derechos y libertades. Puedo demostrar, con resultados y testigos, que allí donde he trabajado siempre he aportado todo lo que he podido, en lo personal y en lo laboral. Y si esto no fuese así, me comprometería a devolver todo el dinero que he cobrado en ese tiempo. De hecho, otro de los objetivos principales de esta crónica es únicamente informar de sucesos no poco frecuentes en las universidades públicas españolas, y por este motivo he sustituido ciertos nombres por las letras X, Y, Z..., porque lo importante aquí son los hechos.
         Pese a la dedicación mía que acabo de mencionar, creo poder decir sin miedo a equivocarme que en general no he disfrutado de los mismos derechos y libertades que la mayoría de los doctorandos de mi alrededor (tampoco es que los suyos sean abundantes), refrendada esta opinión en comentarios que me han hecho compañeros tanto del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) como de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). Quienes han estado a mi lado estos años, en el trabajo o en casa, se han sorprendido de todo lo que he trabajado... y, sin embargo, soy poco más que un licenciado. Creo que algo falla en el sistema y no soy yo, o no sólo yo. ¿Dónde voy ahora a buscar trabajo con mi currículo en investigación? ¿Quién se responsabiliza de mí? ¿Cómo se reparten el poder y la responsabilidad? Mi opinión general sobre el poder es que debe merecerse, primero, debe utilizarse con cautela y moderación, pero valentía, segundo, y debe ir unido a responsabilidad, tercero. Y son mayoría las situaciones en que no se concitan estas tres condiciones. Por otro lado, también quiero dejar claro que nunca he dicho ni diré que yo vaya a hacer trabajos excelentes en investigación, pero sí creo que tengo que tener al menos la opción de intentar hacer algo más acorde con mi formación o, al menos, tener un mínimo control sobre mi vida laboral, como mis compañeros. Algún derecho tendré en esta dirección, como español y europeo.
         Aunque hablo —escribo— sólo por mí, es posible y probable que muchos otros estudiantes suscribiesen mis palabras; aunque repito que me hago único responsable de lo que se escriba aquí. He visto mucho sufrimiento a mi alrededor (no hablo de mí), tanto en el CNIO como en la UC3M, y no voy a callarme y sí a intentar evitar, en la medida de mis posibilidades, que los que vengan detrás tengan que pasar innecesariamente por lo mismo (¿dónde está el progreso si no?). Se puede entender que esta crónica pretende también denunciar «imperfecciones del sistema», lo que creo que es mi obligación como ciudadano. Es necesario distinguir entre esfuerzo y sufrimiento, porque mientras el primero es necesario el segundo no es ni conveniente. Como ejemplo, si a los alumnos se les «atraviesa» una asignatura o un plan de estudios hay que atreverse a mirar a algo que no sean ellos, y exigirles esfuerzo, sí, pero evitarles sufrimiento que no beneficia a casi nadie. He conocido a no pocos estudiantes de doctorado que han ido —o necesitado ir— a psicólogos o psiquiatras, cuando en mi opinión quienes tenían que ir eran sus directores de tesis. Los doctorandos no son «jovenzuelos que vienen por aquí» porque prefieren dedicar muchos fines de semana a trabajar en vez de a hacer vida social o porque no les gusta ir mucho a la playa en agosto y prefieren ir a congresos. Tampoco son becarios que quieren probar si sale algo, y si es así «bien, que siga» y si no sale «vaya, no ha podido ser; bueno, no se acaba el mundo». Son personas que tienen una vida que construir, y cambiar bruscamente la dirección de su vida supone la pérdida de lo que han hecho, que se añade a la de lo que podrían haber hecho; porque en la vida hay muchas cosas interesantísimas aparte de la investigación, y si se les deja empezar por este camino lo ético es que tengan alguna protección después. Casi siempre los directores o mentores son funcionarios que cobran varios miles de euros al mes, que exigen mucho pero tienen pocas prisas con su parte, a los que les gusta «trabajar la excelencia» con vidas ajenas. Mientras, sus estudiantes suelen recibir una formación deficiente, nula o invertida (tienen que enseñar y compartir lo que son obligados a aprender solos). (¿Con quién queremos competir así?) Por tanto, otro de los objetivos principales de esta crónica es hacer un llamamiento a las autoridades competentes para que, ahora que están a punto de salir leyes nuevas en Educación y Ciencia e Investigación, se tenga un especial cuidado en solucionar no sólo aspectos laborales patentes sino también otros latentes. A este efecto, les he hecho llegar varias cartas conjuntas a la ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, y al ministro de Educación, Ángel Gabilondo, dada la inminente aprobación de las nuevas leyes.
         Parece que es necesario hacer algunos cambios en el sistema educativo; en ello están estos meses los políticos de todos los partidos, especialmente los del que ahora está en el Gobierno; yo tengo confianza en que lo van a hacer bien, de hecho no podemos permitirnos que no sea así. Si no es éste un punto clave y estratégico, no sé cuál va a serlo. En mi opinión es necesario tomar medidas profundas y llevarlas a la práctica convenientemente. Un buen empiece puede ser llamar a las cosas por su nombre y decir las verdades convenientemente (como hace Obama, por ejemplo). Las palabras que sólo insinúan sólo sonrojan; y a los sinvergüenzas, ni eso. Nada se cambia sin un poco de rebeldía (concepto relativo, por otra parte). No nos gusta que nuestras universidades no estén entre las mejores ni tener tan pocos premios Nobel en ciencias, pero es que estas recompensas no llegan sino mucho tiempo después de haber empezado a trabajar para merecérselas. Quizás otra idea importante es que apostar a posteriori por las personas es fácil, pero así tampoco se compite con nadie. En cualquier caso, siempre es el momento —ahora más— de identificar y trabajar en las direcciones de interés común para la mayoría de la gente (nunca es para todos). Es innegable que la sociedad española ha hecho esfuerzos grandes en estas décadas, que pueden pasarnos inadvertidos a las nuevas generaciones, pero también es verdad que la vida se parece algo a nadar: si dejamos de bracear nos hundimos (esta idea está tomada del libro Contigo, de Ángel Gabilondo).

4 de marzo de 2010


Universidad Autónoma de Madrid (UAM)

         Durante mis años de licenciatura ya tenía claro que quería dedicarme a la investigación, pero aunque mis resultados no eran malos (en este plan de estudios y en esta universidad), no había destacado ni mucho menos. Mi timidez me había impedido acercarme a algún profesor y no sirvo para ir a preguntar sin motivo, por lo que terminé la carrera sin conocer apenas a ninguno. Después de avanzar un poco mis estudios de Físicas y otros de Pedagogía, me animé a empezar el doctorado.
         Hice los cursos y los trabajos de investigación, a la vez que un máster; este último con una beca de la Fundación Alfonso Martín Escudero (a la que estoy muy agradecido), mientras que para los anteriores estudios tenía una beca de colaboración en una biblioteca de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y los fines de semana trabajaba de camarero (haciendo de todo —servir, cargar las cámaras, barrer y fregar, limpiar los aseos— durante unas veinte horas). Económicamente no tenía financiación de la UAM, porque paradójicamente el plazo para pedir becas se acababa una semana antes de que nos comunicasen la admisión en el programa de tercer ciclo (lo que no creo que esté bien), y yo no me hubiese atrevido a buscar un profesor que firmase algo sin conocerme bien. Académicamente tampoco me fue fácil encontrar quien me dirigiese los trabajos de investigación. Conocí a Y, ahora uno de mis directores de tesis, a quien le he sido leal durante muchos años. Terminé la fase de formación del doctorado, el Diploma de Estudios Avanzados (DEA).
         En esta Universidad solicité, sin conseguir, una beca predoctoral y una plaza de profesor contratado. Por esa época pedí muchas becas predoctorales en otras universidades, pero quedaba fuera de la mayoría por no cumplir alguno de los requisitos (fechas de nacimiento o finalización de la licenciatura, o esa nota media que no se normaliza por titulación ni por universidad). Estuve en contacto con gente de la Universidad Politécnica de Madrid y de la Universidad Rey Juan Carlos I. De esta última recuerdo que, aun sabiendo los dos que yo no cumplía los requisitos, quedé con un catedrático de Física (cuyo nombre recuerdo) para tener una de esas conversaciones enriquecedoras y humanas. Es una persona sabia (que yo defino como algo distinto o más allá de tener conocimientos).
         Como veía la dificultad de conseguir financiación, encuaderné varias copias de mis trabajos de investigación del doctorado y con ellas bajo el brazo fui a ofrecerme a varios departamentos y profesores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y de la UNED. Por estas fechas respondieron a una de mis solicitudes y conseguí una beca de un investigador del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO); justo después me respondieron afirmativamente de otras dos de mis solicitudes; por cómo soy, me había comprometido con la beca del CNIO y seguí con ella. La experiencia me ha hecho descubrir, por desgracia, que tampoco hay que ser demasiado ingenuo y leal, porque no es algo que la gente agradezca sino de lo que se suele aprovechar. Si ahora tuviese que volver a elegir, elegiría ir a trabajar con los dos profesores de la UNED (cuyos nombres recuerdo) que respondieron a mi ofrecimiento. Además, mi experiencia como alumno suyo —en sus asignaturas de la licenciatura de Matemáticas de esa Universidad— me decía que ambos eran personas agradables.

4 de marzo de 2010


Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO)

         Llegué a este centro con el Diploma de Estudios Avanzados (parte teórica del programa de doctorado) y buenos conocimientos de Informática y Pedagogía. Para elegirme como becario, X y yo habíamos tenido una entrevista de unas tres horas de duración. Acordamos que me tesis debería tener las características para aceptarse como tesis en Estadística en un departamento universitario. Para ello, yo trabajaría también con un matemático, que sería codirector de la tesis. Él conocía a uno de la Universidad de Sevilla. Mi lealtad a Y me hizo proponerlo, y X aceptó.
         Hay pruebas y testigos de que trabajé mucho. De hecho un compañero mayor y con más experiencia que venía del extranjero me decía que por qué trabajaba tanto si yo no era un becario posdoctoral sino predoctoral. La encargada de la biblioteca también llegó a llamarme la atención por hacer tantas fotocopias (de materiales científicos). Después de un año y medio de mucho trabajo, cuando la beca ya estaba mediada, yo no había todavía empezado a colaborar con mi otro codirector de tesis. Parecía que mi tesis no iba camino de ir a ser una tesis en Estadística sino en Bioinformática. X me comunicó que él me diría cuándo tenía que empezar a trabajar con el otro codirector. Hablamos de esto y no nos pusimos de acuerdo. Entre mis propuestas estaba la de empezar a trabajar ya con Y a cambio de que la tesis durase más de los tres años previstos y buscásemos financiación extra después. X no aceptó esta idea y yo le comuniqué que dejaba la beca. También había habido algunos otros detalles. Uno es el de que de repente un día me dijese que para tal fecha quería encima de su mesa un artículo de comparación de métodos de clasificación basados en firmas moleculares; yo no sabía siquiera qué era una firma molecular, y sólo en una reunión posterior aclaramos las ideas, la literatura, las características del artículo, etcétera. En una colaboración con un laboratorio me mandó hacer un primer trabajo de analizar datos, y nunca volví a saber del asunto; tiempo después me comentó que porque tardaba más en enseñarme que en hacerlo él, pero que iba a sugerir que fuese de coautor, a lo que le dije que no porque me lo impedía mi moral. Y, un detalle más, otro día apareció en mi código (que tenía en la red de ordenadores, pero bajo mi contraseña de usuario) un archivo que generaba mi código cuando era ejecutado; era un archivo que yo no había dejado allí, porque yo probaba el código en mi propio ordenador, no en la red; cuando le pregunté me dijo «Ah, sí, es una historia larga, luego te la cuento»; y todavía estoy esperando...
         Yo quería irme ese verano a estudiar inglés, pero X me ofreció que me quedase en el CNIO hasta después del verano, cuando empezase el curso académico, y entonces él terminaría lo que faltase del artículo que teníamos entre manos y con el código haría un paquete de R (un lenguaje de programación) para distribuirlo. Me parecía adecuado separarnos entendiéndonos, porque hasta en los malos momentos hay que hacerlo. También me aconsejó que no comunicase en el CNIO que me iba a ir hasta la víspera, porque así me tratarían mejor. Como puedo probar, yo tuve buenos detalles en varias ocasiones: al irme, la encargada de becarios se sorprendió y me preguntó si había algo que debiesen saber en el CNIO, cosa que negué; por otro lado, no quería ir a la reunión anual interior que hacen en el Centro todos los años (ir al retreat me parecía un gasto inútil para el Centro), pero me pidió que asistiese y así lo hice. Cuando me fui del CNIO, dejé el código (creo que bueno) con el que había hecho muchos cálculos para el artículo, así como una primera redacción (con la calidad que un doctorando puede hacer su primera vez).
         En octubre de 2005 empecé el curso en la Universidad Carlos III de Madrid, donde había conseguido —tras presentar varias solicitudes— un contrato como profesor ayudante. Fueron pasando los meses, de vez en cuando intercambiaba algún correo con X (siempre escribía yo), él no tenía tiempo de terminar las tareas a las que se había comprometido. Pese a que no era lo hablado, me ofrecí en numerosas ocasiones para ir al CNIO y terminarlas entre los dos. No aceptó mis ofrecimientos. Han pasado más de seis años y las tareas siguen sin estar hechas. No hace falta decir que si ahora fuese, yo me comportaría de otra forma. Me quedé sin aprender inglés, sin el artículo y sin el paquete de R. Sí se me incluyó como coautor —de último autor en importancia— en un artículo sobre herramientas web basadas en el código programado entre varios autores
.          Finalmente, decidí informar en el CNIO de todas estas circunstancias, e incluso fueron testigos de mis correos electrónicos. El trato fue bastante agradable, y yo me comprometí a redactar un informe que incluyese estos sucesos, pero con el tiempo lo fui dejando y nunca lo he redactado (hasta ahora).

29 de agosto de 2011


Universidad Carlos III de Madrid (UC3M)


Obras



Introducción

         Durante mi labor como doctorando, aparte de proponer muchas ideas a mis colaboradores, intenté desarrollar algunos trabajos teóricos. Estos trabajos estarán disponibles aquí en el futuro (en este tiempo, han tenido acceso a ellos varios profesores y catedráticos de universidades españolas y extranjeras). Mis directores de tesis no solían responder o dar su opinión cuando se los enviaba por correo electrónico, y tampoco insinuaron consultar a otros expertos. Creo que estos trabajos habrían añadido calidad a la tesis y podrían haberme facilitado encontrar un trabajo posdoctoral. Hay muchas pruebas y testigos de que solo cuando estuvo claro que mis directores no iban a añadir nada a mis desarrollos teóricos ni iban a proponer consultar a otros especialistas o que yo fuese a colaborar con ellos, empecé la búsqueda de futuros colaboradores con los que trabajar en el futuro y hacer estancias.

3 de abril de 2012


Departamento de Estadística (UC3M)

         El día 3 de noviembre de 2009, después de comer, me había citado con L. Cuando llega, puntualmente a la hora, comenta que no estaba en su despacho porque viene de un consejo de dirección del Departamento. Tenemos una conversación medida y profesional. Yo le comento:
  1. Que me informe de la renovación automática de mi contrato.
  2. Le informo de que no es mi intención renovar, dado que no es un buen momento, ahora que he terminado de redactar la tesis y estoy terminando la presentación. Le informo de que Z está revisando los artículos, pero que las opciones laborales por las que quiero optar (en vez de renovar) son compatibles con no meterle prisa. Le informo de que Z me ha comentado febrero o marzo como plazo aproximado para mi tesis (antes había habido otros anuncios de fecha similares, para leer la tesis un año antes de lo que al final se hizo, en julio de 2010).
  3. Le informo de que mis directores de tesis no me informan de los plazos previstos (con cierta precisión) para mi tesis ni me responden a la pregunta de si la ausencia de respuesta debe entenderse como que la están revisando. Le manifiesto mi opinión de que no me parece razonable que como doctorando mis directores no me contesten a la pregunta de una fecha aproximada para la tesis. También le manifiesto [...] mi descontento con el trato recibido por parte de Z y de ciertas circunstancias que nos afectan mucho como doctorandos, entre otras retrasos y falta de ayuda y dedicación, con las consecuencias que esto tiene en nuestra carrera profesional.
Aparte de escuchar profesional y distantemente (sin mostrar ninguna empatía o atisbo de sentimiento), su participación se reduce a decir (con cierta frialdad, en mi opinión):
  1. Sobre mi punto 1 me informa de que con «renovación» se referían a que los directores de tesis solicitan a Recursos Humanos que se pueda prorrogar el contrato, pero por supuesto para formalizarlo es necesaria la firma del contratado.
  2. Sobre mis puntos 2 y 1 menciona que es su experiencia que Z, una vez que se compromete con una fecha, da permiso para que Y [...] tenga vía libre para los trámites de corrección y depósito de la tesis, así como para preparar la presentación (fecha exacta, tribunal, etcétera). Dice que Z suele cumplir las fechas a las que se compromete. No obstante, me informa de que si no quiero renovar el contrato basta con no llevar firmado el contrato que en junio se nos envió a casa (en la carta con la que se envió pone que debía ser entregado antes de 15 de agosto, pero después tanto L como Z me informaron de que esa fecha no regía en mi caso).
  3. Sobre mi punto 3 no dice nada.
  4. Por último, L me pide que, si les hago el favor, avise cuando deje el despacho libre. Que no lo interprete como que me están echando, sólo lo dice porque hay escasez de sitio, por lo que cuando recoja sin prisa mis cosas, les avise.
Por parte de L no hay ninguna palabra más relacionada con mi marcha, ninguna despedida (siquiera por cortesía), ningún agradecimiento o cumplido en nombre del Departamento por mi aportación a él (entre otras cosas: les he «dado» muchas decenas de miles de visitas —de las que sí presumen— a las páginas web del Departamento; he aportado todo lo que he podido en docencia, he compartido con mis directores de tesis todo lo que he descubierto o intentado descubrir, les he facilitado su trabajo todo lo que he podido, he hecho por acoger a los nuevos profesores visitantes, he celebrado allí mi cumpleaños un par de años, etcétera). Ni una sola palabra. Como tampoco en todos estos años he recibido alguna palabra de agradecimiento o cumplido por parte de Y, Z, L o M. Estuve yendo a trabajar hasta el último día de contrato, y luego dejé del Departamento de Estadística de la Universidad Carlos III de Madrid haciéndoles el favor de avisarles cuando hube dejado libres la mesa y el ordenador.

3 de abril de 2012


Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, gobernada por el Partido Popular (PP)

         El lunes, día 23 de noviembre de 2009, fui a primera hora de la mañana a la calle de Alcalá, número 30. Subí a hablar a la subdirección general con la que había contactado por teléfono la semana anterior (tel. 917200405). Hablo primero con la mujer con quien hablé por teléfono, parece que secretaria. Me pasa a hablar con [...]. Le cuento la situación, incluyendo las ideas siguientes:
  1. En mi opinión me estoy viendo laboralmente muy perjudicado por el comportamiento de uno de mis directores de tesis, que no está haciendo su trabajo.
  2. Aunque dejo claro que hablo por mí, tengo constancia de que a otros dos doctorandos les ha pasado algo parecido; en concreto hago hincapié en lo perjudicado laboralmente que se ha visto también [...] y en lo mal que lo han pasado ambos psicológicamente.
  3. Le doy mi opinión de que se me ha impedido ejercer mis derechos, al menos privándome de cierta información.
  4. Le dejo claro que no quiero que me arreglen ahora nada sino sólo saber si puedo disponer de alguien que sea testigo de la situación siguiente [de lo que sucediese en el futuro].
[...] me escucha afable y pacientemente, pero sólo dice que:
  1. Parece que no hay comportamientos visiblemente ilegales.
  2. La teoría es que el director de tesis lo elige el doctorando, y que si no está contento es libre para irse. Reconoce, no obstante, que en la práctica las cosas son más complicadas.
  3. Me informa de que es legalmente posible leer la tesis en otra universidad.
  4. Académicamente los directores tienen el poder de decidir los plazos y las formas.
  5. Han ido por allí antes algunos otros doctorandos de universidades públicas madrileñas.
  6. Dice que mi información aportará algo para introducir cambios a medio y largo plazo, aunque no a corto plazo.
  7. No menciona nada sobre la posibilidad de que alguien sea testigo de la situación en adelante. Yo en ese momento no me doy cuenta de insistir en este ello.
15 de abril de 2015


Departamento de Estadística (UC3M)

         El día 17 de febrero del 2010 he quedado con Y para hablar del segundo artículo. Hablamos de los cambios del documento de trabajo, sobre todo de la parte de trabajos futuros; esta parte está más actualizada en la tesis, pero parece que Y no se la ha leído. Al terminar, me dice que me va a dar algunos consejos:
  1. Está de acuerdo en que llevo razón con los retrasos, pero me aconseja que la siguiente vez que quiera decirle algo a Z, que lo haga sin testigos, porque a la gente no le sienta igual una bofetada con testigos que sin testigos. Dice que no sabe cómo va a reaccionar Z. Yo le comento que no me parece tan descabellado lo de mencionar que no vaya de coautor, ya que [...] (otra doctoranda de Z) también se lo pidió en un artículo, y además en una reunión con ellos (en la misma en que hablamos de hacer un tercer artículo) Z mencionó que a él lo de los artículos ya le daba igual, que era yo quien era libre para elegir hacerlo o no...
  2. Menciona varias veces que todos tenemos una visión perturbada de lo que hemos aportado en cada trabajo, cosa que a veces es difícil de medir. Tanto más cuanto más tiempo pasa, dice él, y que dentro de un año puede que no sepamos de quién era cada idea. Le digo que es difícil distinguir entre dos cosas parecidas, pero no entre dos muy distintas, y que tanto él como yo tenemos claro que Z no ha aportado nada en ninguno de los dos artículos. Comento que yo debo de tener buena memoria, porque me acuerdo casi de cada reunión de estos cuatro años, y que sé qué ha dicho y hecho cada uno. Comento que además están los documentos escritos que ayudan.
  3. Sobre las autorías dice que por lo que él conoce lo normal y extendido en España es que el director de tesis firme todo lo que se publica durante el periodo de tesis. Coincido en que eso es lo general, pero que mi opinión es que no es lo lógico. A [...], que ha hecho la tesis en la UAM, todos los viernes se reunía delante de la pizarra con sus dos directores de tesis, y ha hecho estancias y terminado la tesis con cinco artículos, dos de ellos como único autor. Y dice que efectivamente, el currículo de uno depende sobre todo de uno mismo. (Creo que quiere insinuar que yo podría haber hecho más artículos durante la tesis; also así siempre es cierto, pero también es cierto que su comportamiento no me ha permitido estar emocionalmente para hacerlos, y además parece que ellos tendrían que haber ido de coautores sin hacer nada.)
  4. Comenta que el mundo universitario es así, y que Z es [cargo académico], [cargo académico] y mano derecha del [cargo académico]. Yo le explico que he aportado todo lo que he podido, tanto en docencia como en investigación; que habría compartido aquella demostración con ellos tres si me hubiese salido; que he tenido mucha paciencia... y que así es como me han pagado en el Departamento, con ni una palabra de despedida por parte de L.
  5. Dice que él en mi lugar habría renovado [el contrato laboral con la UC3M, un año más], y me pregunta que cómo he aprovechado el tiempo en el primer cuatrimestre. En su opinión ellos se habrían sentido más presionados si hubiese renovado, porque me habrían visto por allí algunos días. Le informo de que estuve pensando en renovar hasta el último momento, pero como no había podido aclarar nada de mi futuro, que había decidido no seguir en un sitio donde apenas tenía información y control de mi vida; también le digo que psicológica y emocionalmente no podía renovar, cosa que él comprende.
  6. Y comenta que el mundo universitario es así, y que Z es [cargo académico], [cargo académico] y mano derecha del [cargo académico]. Dice que conoce casos de gente que se ha quejado de los procesos de asignación de plazas, que se han gastado todo el dinero en abogados y que al final lo que han obtenido ha sido una burla (se pone la mano en la boca, en forma de trompeta, y hace un ruido como una pedorreta). Da a entender que en estos casos no hay nada que hacer y que en este mundo hay mucho corporativismo. Me dice que puedo mandar un correo a todo el Departamento [...] y que se publique en El País, pero que eso no me llevaría ni muy lejos ni a mi objetivo. Yo pienso, pero no digo, que mi objetivo no es obtener el título de doctor a cualquier precio.
  7. Me dice que Z está muy ocupado, que a veces él está meses sin verlo, y que tiene que verlo el día 22 de febrero, así que quedamos que ya estamos en contacto. Y menciona que le dirá a Z que mandemos el primer artículo según está; yo le comento que en mi reunión con Z en junio me dijo que ya casi lo tenía revisado del todo. En mi opinión esta actitud de Y va dirigida a evitar que Z tenga que hacer nada en el artículo primero, también confirma mi idea de que esa era la verdadera intención de Z y, por último, muestra que Z me mintió en junio al decirme que ya casi lo tenía revisado entero.
15 de abril de 2015


Federación de Jóvenes Investigadores (FJI) y sindicatos con presencia en la UC3M

         El 18 de febrero de 2010 envié una carta, por correo electrónico, a la Federación de Jóvenes Investigadores (FJI) y a los tres sindicatos con presencia en la Universidad Carlos III de Madrid: Comisiones Obreras (CCOO), Unión General de Trabajadores (UGT) y Confederación General del Trabajo (CGT). Los resultados fueron que la FJI no consideró que el asunto fuese de su incumbencia, los sindicatos CCOO y UGT no respondieron, y CGT me entrevistó.
3 de abril de 2012


Ministerios de Ciencia e Innovación y de Educación, gobernados por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)

         El día 4 de marzo de 2010 deposité personalmente una carta conjunta, además de documentación adicional que no se ha incluido aquí, en las respectivas sedes de los ministerios de Cristina Garmendia, Ciencia e Innovación, y Ángel Gabilondo, Educación. Yo sugería que una comisión multidisciplinar (de estadísticos, matemáticos, psicólogos y expertos en recursos humanos) evaluase la situación.
3 de abril de 2012


Departamento de Estadística (UC3M)

         En mayo de 2010 presentamos un trabajo en un congreso que había en Italia. Tanto a la ida como a la vuelta, Z y yo coincidimos en los vuelos con un catedrático del campus de Leganés de nuestra misma universidad. Para planificar mínimamente mi vida, yo llevaba muchos meses intentando averiguar, entre otros plazos, cuándo iba a presentar la tesis (mis directores tardaron unos seis meses en corregirla, cuando dos capítulos, por haberse publicado como documentos de trabajo, ya estaban revisados varias veces). En el viaje de vuelta, durante la espera en el aeropuerto de Cagliari o Roma (no lo recuerdo ahora, aunque tengo la imagen fotográfica del sitio y creo que fue el primero, donde ambos compraron regalos para sus familias), delante de los dos Z sacó su agenda electrónica y me preguntó en qué fecha quería presentar la tesis. Yo, pensando en la probabilísima inutilidad de proponer yo una fecha concreta, contesté que lo antes posible. Entonces, después de hacer unos cálculos sobre los distintos plazos legales y de consultar su agenda, Z propuso el día treinta y uno de julio. Yo dije que si por motivos legales no podía ser antes, pues ya estaba, que fuese esa fecha. Entonces, mientras lo anotaba en la agenda hizo la broma de decir, delante de mí y del otro catedrático, que en realidad esa fecha estaba decidida desde hacía cinco años. Hay ocasiones en las que no conviene siquiera pedir explicaciones, como ya apuntara yo en mi sublime —no, sublimísima— obra La mano y la piel (Emoticono). Podría o no ser que con ese chascarrillo Z quisiese que quedase claro tanto que era él quien unilateralmente iba a decidir el momento de lectura de la tesis, como que en cualquier caso siempre había tenido claro que nunca iba a ser antes de cinco años, independientemente de la cantidad y calidad de trabajo que se hiciese en ellos (repito que podría o no ser). Finalmente, y por algún otro motivo legal de último momento, la presentación se retrasó al doce de julio, lunes de postrimerías del curso y día siguiente a que mi barrio se llenase de gente celebrando con la selección española de fútbol la victoria en el Mundial. Éste es el motivo por el cual en aquella celebración —la del fútbol, no la de la tesis— solo y contándome chascarrillos a mí mismo, únicamente me bebí dos botellas de güisqui (Emoticono), brindando, un vaso en cada mano, por la grandeza de España.

3 de abril de 2012



Crónica de un doctor


         Leí la tesis doctoral el 12 de julio de 2010. No obstante, dada la fortísima relación que hay en la carrera investigadora entre el pasado y el futuro, esta crónica quedaría muy incompleta si no se incluyese información de lo que le espera a un doctor después de obtener el título. Quiero que los jóvenes que vengan detrás sepan bien en qué puede consistir —en algunos casos, no siempre— la carrera científica, ahora que está tan de moda hacer campaña para que se dediquen a la ciencia.

Universidad Carlos III de Madrid (UC3M)

         El día 16 de septiembre del 2010, jueves, me reúno con M, [...], a las 11.00h. La reunión se desarrolla como sigue: En mi opinión la reunión ha ido según lo esperado, lo improbable es que M se hubiese ofrecido para hablar con Z y recordarle que estos asuntos están por ahí. Mi opinión es que la intención de L y M es remitirme siempre a Z, que seguirá haciendo lo que quiera, cuando quiera y como quiera, sin temer nada ni a nadie. Creo que la intención de Z es:
  1. Aunque les mandé el segundo artículo a finales de julio, a finales de agosto y hace poco, y les preguntaba siempre sobre si tendrían tiempo para hacer lo que, según el papel que me dio Y, se habían comprometido a hacer; pese a esto, Z dejará pasar el tiempo sin responder ni enviar las correcciones a la revista. Esperará que sea yo quien le escriba, no bastan tres o cuatro correos.
  2. Cuando yo le escriba, Z me concederá el honor de que nos reunamos en su despacho él y yo para hablar de estos detalles. Todo será hablado, sin que quede nunca constancia escrita de nada.
  3. En la reunión me ofrecerá toda su ayuda y todo su apoyo, como hizo ya en la reunión de hace un año.
  4. La semana pasada me llamó varias veces para que le modificase a su gusto la presentación que hizo en la SEIO del primer trabajo, el que lleva casi cuatro años parado y que sacamos hace dos años como documento de trabajo. Cuando le pregunté por los artículos, me dijo que Y le había enviado algo del seguno, y que ya estaba él con los dos artículos.
  5. No obstante, creo que la idea de Z ha sido, es y será siempre que yo acabe aquella demostración y la incluyamos en el artículo. Da igual que ya lo intentase hasta el agotamiento, como puedo demostrar, mientras ellos no intentaban hacer nada, no mencionaron pedir ayuda a nadie ni me permitían hacer ninguna estancia (por lo que en mi currículo no hay ni estancias ni doctorado con mención europea). Creo que su chantaje será que sólo hay artículo si hay demostración para él; o, en su defecto, si yo mejoro el artículo con algo de teoría, mientras él apenas hace nada. No creo que sea habitual que a los doctorandos su director les guarde el primer trabajo y se lo saque cuatro años después, sin haber hecho nada él, diciendo: «Bueno, como ahora lo puedes mejorar, debes mejorarlo o no se publica».
Ésta es mi opinión, basada en el pasado, sobre lo que puede pasar por la cabeza de Z, aunque quizá yo esté equivocado.

15 de abril de 2015



Ministerios de Ciencia e Innovación y de Educación, gobernados por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)

         El día 4 de octubre de 2010 envié, por correo postal certificado, otra carta conjunta a la ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, y al ministro de Educación, Ángel Gabilondo. Unos días antes me reuní con la defensora del universitario de la UC3M. Su opinión personal me pareció cercana a mis impresiones, pero cuando se enteró de que yo ya era doctor y no tenía relación laboral vigente con la Universidad, me comunicó que no era un asunto de su incumbencia. Quise dejarle la información impresa que llevaba, para que quedase constancia y formase parte del material de la oficina del Defensor, pero se negó a que yo dejase allí ningún material. Le dije que se lo mandaría por correo postal certificado a la vez que a los ministros, como así hice. En esta respuesta se me remite a la propia Universidad o a la Comunidad autónoma. Mi intención es utilizar este —mi— caso concreto para solucionar problemas bastante generalizados en otras universidades y comunidades de toda España. Esto y el hecho de que yo contaba con que iba a solicitar la acreditación en la ANECA, de ámbito nacional, hicieron que yo siguiese dirigiéndome principalmente a los ministros. (Es paradójico que para estas situaciones se nos remita a la comunidad autónoma pero que el Ministerio mantenga la potestad para emitir evaluaciones negativas para trabajar en las universidades de las mismas comunidades.) Creo que lo importante son los hechos, más que a cuál de las autoridades competentes uno se dirija. Además, repito que yo creo que lo importante no son las personas, los departamentos, las universidades o las comunidades concretas, sino un problema aparentemente generalizado en este país (también en muchos otros); por otro lado, dirigirse a una comunidad autónoma concreta habría hecho, en mi opinión, que la solución, que debe emanar del Gobierno central, hubiese empezado a aplicarse mucho tiempo después.

3 de abril de 2012


Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA)

         A principios de marzo de 2011 solicité dos acreditaciones a la ANECA. El 30 de abril de 2011 recurrí las evaluaciones con las siguientes cartas formales, enviadas certificadamente y con acuse de recibo desde el extranjero, donde estaba haciendo una estancia. Las respuestas recibidas hasta ahora son: En mi opinión, las frases más importantes de esta última respuesta son «el Comité no puede entrar a valorar otros parámetros que no sean los indicados en la documentación referida [la de los criterios de evaluación que la ANECA expone en su sitio web]», «En el recurso presentado no se realiza ninguna alegación concreta a la evaluación realizada por el Comité ni se aportan méritos adicionales a los incluidos en la documentación original» y «Esta resolución es definitiva en la vía administrativa y contra la misma cabe interponer recurso contencioso-administrativo ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Superior de Justicia». Pero, como creo que queda claro en mi carta (al menos es lo que intenté), yo no cuestionaba la aplicación de la normativa existente por parte de la ANECA (estoy seguro de que la han aplicado al pie de la letra), sino que mostraba que las variables en que se basa esta normativa están fuertemente relacionadas con el entorno (en parte buscado y en parte azaroso) del doctorando y no tanto en su esfuerzo, mérito y aptitud (como supongo que pondrá en alguna bonita frase de la Constitución). De aquí la falta de responsabilidad que tiene el doctorando de la evaluación por la que se le otorgan o no los documentos que lo acreditan.
         A partir de la carta, no está claro si en el Ministerio recibieron alguna carta de las personas a las que solicité ayuda. Lo que sí está claro es que los próximos pasos deberían darse en los juzgados. En una reunión de trabajo con uno de mis directores de tesis, en medio de la conversación dejó caer que él conocía gente que había intentado arreglar asuntos de plazas universitarias por medio de los tribunales y que sólo habí conseguido que le hiciesen una pedorreta en la cara (al imitar el ruido, mi director se pone la mano en la boca en forma de trompeta). En esta reunión, también se me aconsejó comportarme de forma que no les enfadase. Mi opinión personal es que en España hay demasiadas personas con poco o ningún miedo a los tribunales.
         Por otro lado, parece que la ANECA remite al Secretario de universidades, quien informa de su respeto a la independencia de la ANECA. En mi opinión, la naturaleza de mis quejas está más relacionada con el ámbito de actuación de la secretaría que con el de la ANECA. Echo de menos, en la respuesta desde la secretaría, algún consejo (aparte del de que tengo que publicar más artículos y hacer más estancias en el extranjero) para compensar los efectos en mi carrera y mi vida de sucesos de los que no soy responsable, o alguna mención a que se ha tomado nota del tipo de problemas de los doctorandos o a cómo se van a intentar evitar estos problemas en las evaluaciones de la carrera académica. En gran parte, esta respuesta poco comprometida me huele a una aplicación del método patata caliente pa'llá. También es posible que a una parte de los políticos y responsables de la política académica les interese que todo siga como siempre. Para ello, sin duda el instrumento más útil es, como ya apuntara yo en mi sublime —no, sublimísima— obra Consejos para gobernar como —o notar si estás siendo gobernado por— un buen príncipe maquiavélico, una tupida red burocrática que permita esconder cualquier cosa, desde un ratón a un elefante (Emoticono).
         Yo voy a seguir la lucha, por varios frentes, para que ciertas cosas dejen de suceder y para que se compense justamente a quienes se ha tenido en un abandono que no es sólo eso, sino algo peor. Esto no acaba aquí ni así ni ahora.

3 de abril de 2012


Obras


Universidad Complutense de Madrid (UCM)


         Estoy agradecido de la oportunidad que supuso para mí poder enseñar en la UCM. Yo era consciente de las características del sistema educativo español por aquella época. También de lo relativo al sistema de investigación nacional y su relación con el anterior. Creo que hay tres ideas principales que explican esta etapa de mi vida. En primer lugar, consideré que este país no era de fiar como para dedicar grandes esfuerzos a publicar suficientes artículos científicos y que después, satisfechos los criterios del momento, las normas no hubiesen vuelto a cambiar. Después del tiempo y dinero «robado» a mi familia, mis amigos y a mí mismo, no era algo que pudiera permitirme: no podía arriesgar tanto otra vez más. En segundo lugar, mi sueldo a tiempo parcial y de mileurista creo que no justificaba que dedicase tiempo a hacer buena docencia y a hacer buena investigación, y menos para un país que tiene dinero para lo que quiere y para quienes quiere. Por tanto, entre dedicarme a satisfacer los deseos exacerbados de unas reducidas comunidades científica y editorial o a intentar hacer una buena docencia en inglés, y ayudar y facilitar la vida a cientos de personas, no tuve ninguna duda en elegir la segunda opción, aunque era plenamente consciente de lo que significaba para mi carrera profesional. Estoy satisfecho de mi etapa docente en la UCM, no sé los demás. En tercer lugar, durante la primera legislatura de Mariano Rajoy Brey como Presidente, con mayoría absoluta, perdí cualquier esperanza de que se produjesen cambios en el sistema español que pudiesen «llegar a tiempo» para mí. (No creo que otros presidentes hubiesen hecho algo muy distinto, como de hecho el tiempo ha demostrado; incluso quizá solo habrían hecho como que hacían o que iban a hacer, lo que hubiese alimentado nuevas falsas esperanzas en mí; en este sentido, es de agradecer la actitud clara del Presidente en lo que tenía que ver con los cambios y la modernización del país.) Por tanto, con toda esta situación, me dije a mí mismo —y a mi familia— que si Mariano Rajoy volvía a ser Presidente dejaría mi carrera profesional. Y éste es el motivo por el que me preparé, con la ayuda de varias personas a las que estoy muy agradecido, las oposiciones para trabajar como técnico en el Instituto Nacional de Estadística.
         En la Universidad Carlos III de Madrid, el primer consejo docente que recibí —y el único que recuerdo, por lo que no habría otros reseñables, ni positivos ni negativos— antes de dar mi primera clase universitaria fue, literalmente, «entra a entretener a los alumnos dos horas». Es algo que puede convenir hacer a quien quiera hacer carrera profesional en el mundo académico, aunque sea sólo para así poder dedicar todos los esfuerzos a hacer investigación, que es lo que esencialmente —más allá de detalles simbólicos— se evalúa y se valora (no quiero decir que sea incompatible hacer bien ambas cosas, incluso gestión, sólo lo menciono porque creo que es la idea que había detrás de aquel consejo). Hoy en día, la persona que me dio aquel consejo es profesor de universidad, funcionario de carrera; y lo será en las próximas décadas.
         Ni en una universidad ni en otra, he sido capaz de entrar en clase sin haber preparado mucho las clases, porque me parece una especie de falta de respeto hacia quienes están dedicando su tiempo y su dinero a escucharte. Seguramente las primeras clases, o algunas otras, no me han salido todo lo bien que me gustaría, sobre todo la primera vez que las enseñaba; pero no estaba dispuesto a entrar en ninguna clase a entretener a nadie. Recuerdo que incluso en una ocasión llegué a clase sin haber dormido en toda la noche, preparando materiales, y en un par de ocasiones lo hice habiendo dormido pocas horas.
         En mi experiencia, enseñar no es fácil, y enseñar Estadística no es más fácil que enseñar otras áreas de las ciencias donde haya normas o reglas más deterministas, sin excepciones o con excepciones enumerables o que se pueden tomar como un «juego o divertimento» (derivadas, integrales o determinantes, por ejemplo). También en mi experiencia, para mí la mejor forma de aprender es con un profesor excelente que además utilice o recomiende un libro que sea también excelente. Sin embargo, es frecuente que yo haya encontrado más útil leerme por mi cuenta un buen libro que asistir a muchas clases y cursos (reconozco que también debido a mi carácter autodidacto). Si el profesor no ha dedicado mucho tiempo a elegir la notación, pensar en el ordenamiento y encuadre de las ideas, revisar los detalles que peor han entendido alumnos anteriores, explicar en digresiones las ideas de asignaturas previas que vayan haciendo falta, etcétera, es mucho más fácil que los alumnos se pierdan en algún momento de la clase.
         Todo esto, y muchas otras ideas que no menciono (repito que dedico más atención a los puntos que considero mejorables y no tanto a los positivos, que los hay), se dan en entornos en los que no pocos alumnos y algunos profesores (casos aislados) están en clase no tanto por vocación sino como medio de vida y, con frecuencia, para «hacer currículo». Hay alumnos que necesitan o quieren el título académico, y pasa a un segundo plano lo de aprender o disfrutar aprendiendo. Y hay profesores, sobre todo en cursos breves o especializados, que quizá estén demasiado interesados en el prestigio de dar ciertas clases, ganar un dinero —a veces adicional— con menos y mejores alumnos, o en poner unas líneas más en su currículo, y pasa a un segundo plano lo de mejorar continuamente como profesor (al menos así interpreto yo, aunque sea equivocadamente, cosas como que haya muchas erratas y algunas faltas de ortografía —la mayoría de acentuación— en los apuntes de catedráticos de universidad, por ejemplo; los puede haber también en este documento que escribo, pero ni soy catedrático, ni son materiales docentes, ni se supone que debo releerlos —aunque sea durante las clases— con cierta frecuencia). Puede que otras tareas demanden mucho tiempo de los profesores, pero también es verdad que ellos no parecen demandar que el sistema los obligue a mejorar en algunos de los puntos que he mencionado.

16 de septiembre de 2019, 7 de marzo de 2020


Instituto Nacional de Estadística (INE)


         Cuando tenía trece años, durante el último curso de la educación primaria, tuve una maestra que solía decirme en clase cosas como que me reía como una oveja o que era el abogado de los pobres y que por eso no iba a llegar a nada en la vida (yo salía a defender o apoyar a algún compañero cuando lo veía justo y necesario). Era parte —pequeña y menguante, por suerte— de la pedagogía del Régimen del 78 (de la transición política española, por si algún lector es extranjero). No obstante, uno siente alivio cuando sabe de personas concretas que en esos mismos años aún sufrían violencia física de los maestros, ocasionalmente. Uno mismo llegó a probar, de otro maestro y en plena pizarra, aplicado traicioneramente y a sobaquillo, desde detrás y sin siquiera un poco de «que voy, que voy, que voy» anestésico, un ardentísimo capón en todo el colodrillo. Por trazar los ceros al revés, lo que, al parecer, «es signo de incultura». Y añadió que lo hacía por mi bien, porque me apreciaba y quería lo mejor para mi futuro. (Por satisfacer la posible curiosidad de algún lector, diré que ninguno de estos dos maestros consiguió corregirme, cosa que sí consiguieron otros a través del ejemplo que daban.) Estoy casi seguro, aunque habría que confirmarlo con el protagonista, que fue ese mismo maestro el que le dijo a un buen amigo mío, a mi misma edad o incluso puede que con algún año menos, creo recordar que con motivo de una corrección que hizo, «a chulos como tú me los he cargado yo». Es triste pensar que pudiese haberlo conseguido con otros alumnos —no con mi amigo—, aunque fuese involuntariamente: se entiende que su expresión era una exageración, no una intención real (pero que no ha lugar con nadie, y mucho menos con niños). Obviamente, no todas las clases tenían detalles así, e incluso había otros detalles positivos, pero pongo estos ejemplos para entender mejor ciertas formas de pensamiento subyacente que pueden darse en algunas personas de las democracias poco longevas, en cuanto el diseño del sistema permite que aflore esa parte de la naturaleza humana (todos la tenemos, más o menos desarrollada). El azar, casi siempre, hace que nos hayamos topado con algunos de estos individuos o no.
         Reconozco que cada vez estoy más tentado a dar algo de razón a aquella maestra. En lo de mi futuro, quiero decir, porque en lo de la risa de oveja siempre he estado de acuerdo con ella; e incluso ahora pienso que es posible que tuviese buen oído, aunque dudo que lo usara para algo que mejorase su nivel de felicidad. Lo que nunca he entendido es por qué reírse como una oveja debe ser algo necesariamente negativo, porque digo yo que habrá ovejas que se rían bien y bonito y ovejas que se rían mal y feo. De adulto, algo más maduro, o eso quiero creer, ya puedo encontrar cierta explicación a su necesidad de decirlo en clase, más allá de pensarlo. Pero es posible que, queriendo reforzar su posición, consiguiese justo lo contrario; porque lo niños, pese a serlo, intuyen bien «de qué pie cojea cada uno». Ahora que consulto el libro de escolaridad del Estado Español, veo que sólo me dio clase un curso (pensaba que dos, o así de largo se me hizo), para el bien de ambos (por nuestra salud mental y autoestima) y el de mis notas: siendo alumno de muchos sobresalientes y notables en los cursos anteriores, en ese veo que tuve cinco notables y tres suficientes (en sus dos asignaturas, el veinticinco por ciento, de las ocho computables). Y ahí se quedan las notas, para el resto de tu vida, sean justas o posiblemente injustas (excepcionalmente).
         Reconozco, decía antes, que algún día podría llegar a darle algo de razón. Pero hasta que ese día llegue, si sucediese, cosa que no creo, voy a hacer lo que creo que debo hacer, me cueste lo que me cueste. Y yo diría que aún hay en ello mucho de seguir haciendo de abogado de los pobres.
         Como quienes aplican otras técnicas modificadoras de la conducta (lo son intentar dejar en ridículo o dar capones), mi intención al describir o juzgar algunos aspectos negativos es contribuir a mejorarlas. No creo que querer algo deba implicar no criticarlo nunca, casi al contrario.
         Sí conviene, en mi opinión, ser conscientes de que habrá tanto otras cosas negativas que no mencionaré como muchas otras positivas (de hecho, muchas más). Centrarse en las negativas podría ayudar a mejorarlas cuanto antes, y, además, supongo que otras personas se estarán dedicando en paralelo a mejorar las que ya son positivas. También quiero advertir de que aunque haya nominado estos párrafos con el nombre de una institución concreta, no creo en absoluto que las características generales sean propios de ella, aunque lo sean algunos detalles que es necesario dar como pruebas, argumentos o ejemplos. Intento, y espero conseguirlo, describir mis experiencias pero siempre dejando claro lo que son mis interpretaciones u opiniones, que no siempre tienen que ser compartidas.
         Creo que el «ejercer de abogado de los pobres» tiene que ver en parte con mis características personales (mi sentido más o menos errado de la justicia, que parece que ya se manifestaba en mi niñez), en parte con la incipiente sociedad democrática en la que he crecido (a diferencia de otras personas de más edad) y en parte por mis propias experiencias. Porque, sin duda, a día de hoy me considero uno de esos pobres, aunque haya gente que lo sea más; no creo que muchos, si se considera que yo estoy en mi país de nacimiento y se tiene en cuenta que llevo veinticinco años en Madrid —se dice pronto— esforzándome muchísimo para a duras penas salir de la precariedad. Y esto es algo que, con mi pequeña contribución, intentaré que no les suceda a otras personas.
         Ademas de mi informal «ejercicio de la abogacía», otro de los principales motivos que me mueven a escribir estos párrafos es la de que soy partidario del sector público, compatible con el privado pero de unas cualidades y cantidades mínimas que sirvan de base desde la que todos los ciudadanos partamos en unas condiciones razonables y dignas de salud, educación, seguridad y trabajo, para después «competir como buenos y ejemplares ciudadanos». Creo que con frecuencia se minusvalora y desprestigia la función social del sector público a la hora de prevenir que una parte de la sociedad se sienta excluida del sistema o termine adoptando comportamientos propios de quienes tienen poco que perder, o mucho que envidiar, y actúan en consecuencia. Un segundo motivo para defender el sector público es, en mi opinión, la gran estabilidad que aporta al sistema político y social, a través de las instituciones, por cuanto los funcionarios no necesitan obedecer cualquier orden ni pueden ser removidos de sus puestos a voluntad de sus superiores o de los políticos. Y un tercer motivo importante es porque considero que el sector público desempeña un papel crucial a la hora de indicar —como causa más que como consecuencia— el nivel medio de un país, me explico: la calidad ofrecida por el sistema público, desde los sueldos y condiciones laborales hasta las características de los bienes y servicios ofrecidos, es la referencia que toma el sector privado a la hora de competir (no les conviene tomar las referencias de otros país más avanzados a costa de su rentabilidad, salvo cuando empiezan a competir internacionalmente).
         Pero, por lo dicho más arriba, voy a criticar constructivamente algunos aspectos del sector público porque lo quiero eficaz y prestigiado; hay quienes, por el mismo motivo, nunca lo critican. Escribiré, por ejemplo, de tipos de funcionarios: los hay que dedican varias horas al día a jugar en el ordenador o que dejan su tarjeta de empleado a otros compañeros para que fichen por ellos, pero también que trabajan más y mejor que en el sector privado. Escribiré sobre algunas ideas de transparencia: como la información sobre la compatibilización de trabajos o asignación de bonos de productividad. Pero escribiré sobre todo de la organización de las instuticiones públicas: de su funcionamiento independiente y estanco (sin mucha supervisión externa), de sus métodos de selección de personal (oposiciones, ascensos laborales, nombramientos políticos, etc.), de la diferencia entre el Boletín Oficial del Estado (BOE) y la realidad, o de algunas formas de conseguir funcionarios mucho más solícitos y obedientes (es decir, de pervertir en lo posible la idea original de insobornabilidad de los funcionarios, básicamente permitiendo que sus ascensos laborales estén condicionados y que puedan terminar oficializándose en el BOE o no). Con frecuencia, muchas de estas cosas suceden bajo la mirada e inacción de otros funcionarios de mayor rango, de los sindicatos y de los políticos (después de tantos años, no suena creíble que no conozcan ciertos detalles). Sin ser un experto, tengo algo de experiencia y he visto y vivido situaciones que desde fuera debieran parecer, a mi juicio, mejorables, y algunas anonadantes.
         Considero que todo juicio es incompleto, entre otras cosas porque ninguna persona podemos vivir todas las experiencias. En mi caso, en la construcción de mis opiniones tienen mucho peso los muchos años que he sido alumno (considero que sigo siéndolo) y el hecho de haber trabajado casi diez años como profesor universitario. Por esto he tenido que dedicar muchos esfuerzos a calcular las distancias entre lo escrito (en los programas y documentos), lo explicado en las clases, lo preguntado en los exámenes y las evaluaciones de los alumnos. También he tratado con cientos de alumnos —algunos procedentes de los países más avanzados del mundo— y creo que he podido calibrar algo lo que pueden dar de sí tanto los mejores como los peores.

Cuerpo Superior de Estadísticos del Estado

(Escribiré algo en los próximos meses, no inmediatamente sino cuando tenga más tiempo que ahora.)

29 de febrero de 2019, 7 de marzo de 2020

Obras




Conclusiones y consejos


         Sin entrar en detalles, mi carrera investigadora se ha caracterizado por los siguientes puntos: Las consecuencias son: imposibilidad de estudiar idiomas, conocer otros investigadores y tener otras experiencias; no obtención de la mención de doctorado europeo; retraso para publicar y obstáculos para que otros trabajos vean la luz pronto; aumento de la dificultad para encontrar trabajo; graves perjuicios para mi currículo, mi carrera profesional y, por extensión, mi vida; situación psicológica bastante incómoda durante los años de la tesis y los de después (con estrés postraumático, creo que lo llaman los expertos. Son muchas las personas que me han comentado que ellas no habrían aguantado tanto). Nunca ha sido mi intención recibir ningún trato de favor, sino sólo conseguir la igualdad de oportunidades. Y no es que tenga impaciencia por conseguir ciertas cosas, sino que, habiendo detectado grandes desigualdades en los primeros pasos de la carrera investigadora, los denuncio cuanto antes, tanto porque la evaluación final ya siempre será injusta como para que, si lo denuncio más tarde, no se me diga que debiera haberlo dicho al principio para que, evidentemente, cómo no, se hubiesen tomado las medidas adecuadas a tiempo. Yo he pedido ayuda a muchas personas con cargos públicos y todas, de una forma u otra, han mirado para otro lado o han intentado no complicarse en su trabajo. Supongo que si mi mujer o mis amigos son miembros de los cuerpos de seguridad y ellos necesitan de sus servicios alguna vez, les gustará, supongo, que hagan su trabajo más allá de lo cómodo y fácil. Pero tendremos la sociedad que nos merezcamos, como tenemos la que nos merecemos.
         La primera pregunta que me viene a la cabeza es si, de haber elegido dedicarse a la investigación, los hijos de Felipe González, José-María Aznar o José-Luis Rodríguez Zapatero habrían tenido que pasar por estas situaciones. Mi respuesta, que puede estar equivocada, es que no por todas; quizá por muchas, pero probablemente no por todas. La siguiente pregunta es si se atreverían alguno de estos políticos a salir a un balcón —no necesariamente en Buñuel— a decir que todos tenemos las mismas oportunidades, claramente, porque lo pone en la Constitución. Siguiendo con las preguntas, me surge la duda de si los socialistas Alfredo Pérez-Rubalcaba, Cristina Garmendia y Ángel Gabilondo tuvieron que pasar por algo de esto —o por algo parecido— para obtener sus doctorados y sus trabajos como docentes o investigadores (antes de dedicarse a la política, para algunos). Mi respuesta, a riesgo de equivocarme, es que muy probablemente no. Durante estos años, desde el Gobierno (PSOE) han luchado contra el maltrato y se han cansado de pedir a las víctimas que denuncien sus casos y pidan ayuda cuanto antes, y también se han esforzado en reconocer académicamente el trabajo extraoficial que muchas personas han hecho durante años. Me parecen muy acertadas ambas cosas, pero contrastan con la nula ayuda que yo he recibido. No creo que en el Partido piensen que yo no necesitaba ayuda, ni que no hayan recibido ninguna de las siete cartas que he mandado a sus ministerios. Por el contrario, creo que tuvieron que elegir entre desoír a un simple doctorado o enfrentarse a unos pocos catedráticos (de esos que, quizá, tal vez, intentan acabar con la carrera laboral de quienes no les obedecen suficientemente), y eligieron lo primero, conscientes de que a este colectivo, como ya apuntara yo en mi sublime —no, sublimísima— obra Hágase un cruasán, le gusta mantener o aumentar sus privilegios y derechos, y puede enfurruñarse un poco si se le retira alguno (Emoticono). En estos años, y como creo que se debe estar haciendo continuamente, he repensado mis opiniones acerca de la igualdad de oportunidades, de la educación, de las condiciones laborales de los funcionarios, del acoso laboral, de los sindicatos, de la Universidad Carlos III de Madrid y del Partido Socialista Obrero Español. Y ciertos huesos, para otros perros.
         Hagamos ahora unas suposiciones:
  1. Una persona hace un doctorado en cuatro años, con una o dos estancias en el extranjero (suelen llevar asociado dinero adicional, además del salario), y termina con un trabajo publicado y varios enviados o a punto de enviar. Es más, imaginemos que su director (o director) de tesis le dedica algo de tiempo, dirige su aprendizaje para que alcance un buen conocimiento general en su área, le facilita que colabore con otros investigadores y le anima a ser independiente como investigador.

  2. Por otro lado, el director (o directores) de tesis de otro doctorando cree que lo mejor para la carrera profesional y la vida personal de este doctorando, así como para el departamento o unidad, universidad o centro de investigación, y para su comunidad autónoma y su país, es que este segundo doctorando esté ocho o nueve años «colaborando codo con codo» con él, sin hacer ninguna estancia ni conocer a otros investigadores, sin enviar aún ningún trabajo a publicar, y con la dedicación mínima de tiempo y conocimientos para que el doctorando sea capaz de publicar esos trabajos sin necesitar mucha asistencia (para fomentar su independencia, por supuesto).
Conozco varios casos de ambas situaciones. Ahora supongamos que estas personas intentan buscar trabajo justo nada más doctorarse, sea en el sector público o privado, sea en su país o en otro; mejor aún, supongamos que los currículos de ambos concurren al mismo trabajo... No estaría de más que quienes han sido responsables de los sistemas y políticas educativas, cargos públicos por los que cobraron, nos expliquen a todos —a estos doctorandos, los futuros doctorandos, a los padres de los futuros doctorandos, a mí, o, llegado el caso, a los abogados y jueces— cómo se comparan los currículos de estos doctorandos de los supuestos. Quizá se normalizan de alguna forma; quizá se utilizan variables como la cooperación, la solidaridad, la capacidad intelectual, la ética, la independencia, la creatividad; quizá se les encierra en una biblioteca y se evalúa lo que cada uno puede hacer individualmente sobre un mismo problema de una área no muy alejada —pero distinta— de la de su especialidad; o quizá sólo se miden objetivamente el número de publicaciones —ni siquiera su calidad—, las estancias en el extranjero, su participación a la hora de organizar eventos (casi siempre para la comodidad y el beneficio de sus superiores). En fin, mi opinión personal es que un país debe empezar cartesianamente definiendo con claridad qué es un doctorado, qué es una tesis doctoral y qué es dirigir una tesis doctoral, e informando bien a los ciudadanos, para que cada uno elija lo que se adapte mejor a sus deseos, preferencias y planes de vida.
         Hace un par de años me di cuenta de que a los doctores se les pagaba en el sector privado como a los maestros de escuela (trabajo muy loable —es el nivel educativo más importante— y bien pagado, pero que requiere un esfuerzo y tiempo de formación bastante menores), lo que junto con otras informaciones me hizo pensar que el mercado laboral español funcionaba mal. (En mi opinión, si gran parte de los doctores deben ir a la empresa privada, los doctorados no deberían durar más de dos o tres años.) El ver, además, el trato que se me daba en la universidad, ante los ojos de los demás y sin ningún disimulo, me hizo reflexionar sobre la educación, la sociedad, la política y la justicia españolas, lo que a su vez me llevó a escribir (en una carta privada) que había que salir de aquí (de España) cuanto antes. Yo lo he intentado, hasta ahora sin éxito. Aparte de lo anterior, me anima a hacerlo el que no he hecho ninguna estancia en el extranjero, el aprender inglés y los procesos de solicitud en las universidades españolas: no suele poderse hacer por internet, suele ser necesario rellenar muchos papeles y formularios distintos para cada plaza y, como sabe todo el mundo que ha tenido cierta relación con el mundo académico, la mayoría de las veces los ofertas ya están cubiertas de antemano, y sólo se anuncian públicamente —a ultimísima hora— para satisfacer los requisitos legales. A partir de mis experiencias, me cuesta comprender cómo puede haber alguien que anime a los jóvenes a dedicarse a la investigación, aunque entiendo que yo quizá he tenido excepcional mala suerte en cuanto a la generación en que he nacido, la profesión que he elegido y ciertos científicos con los que me he ido topando. He invertido mucho tiempo y dinero, he arriesgado mucho, me he esforzado, no me he corrompido, y no me está yendo nada bien, así que no puedo aconsejar a nadie que lo haga.
         Se puede decir que prácticamente ningún compañero con rango menor a catedrático va a poner en riesgo su carrera profesional por ayudar a alguien que esté en una situación como la mía. Al menos dos profesores jóvenes, recientes funcionarios que han mostrado interés en que investigásemos juntos, me dieron el consejo que apuntara yo en mi sublime —no, sublimísima— obra Consejo español (Emoticono).
         Por otro lado, desde el momento en que presenté mi tesis doctoral, yo he estado recuperándome psicológicamente, desempleado (lo que tiende a agravar los estados psicológicos) y gastando mi derecho acumulado a paro. Mientras, el resto de protagonistas de toda esta historia han seguido con su seguridad laboral, su salario de varios miles de euros mensuales, sus puestos y tareas académicas, sus cotizaciones para la jubilación, sus planes de vida, sus vacaciones... y su trabajo —desinteresado, por supuesto— en favor de la Patria y la Ciencia.
         Básicamente, si no tienes papá o padrino, piénsatelo antes de esforzarte o ser emprendedor. De esto deberían avisar a los jóvenes, pero algunas sociedades ni siquiera se atreven a hacer autocrítica o a luchar contra la corrupción, a la que a veces llaman «crear escuela» y a la que frecuentemente premian.

3 de abril de 2012


Obras


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David Casado de Lucas

Última actualización: Marzo de 2020

Quiero dar las gracias a las personas que hacen posibles proyectos como Linux, Debian, GNU Emacs, GIMP, The W3C Markup Validation Service y Servicio de Validación de CSS del W3C, entre otros, y ponen a disposición de los usuarios, de forma gratuita, programas de tan alta calidad.
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